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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

jueves, 6 de julio de 2017

El bribón reformado, un relato breve

Un nuevo relato corto con palabras olvidadas. En este caso usé tres: allende (Más allá de), bribón (Pícaro, bellaco) y carajo (Para expresar sorpresa, contrariedad).

El bribón reformado

palabras olvidadas allende, bribón, carajo
Palabras diseñadas por @brunospagnuolo, @jcantero y @dvijil
Hace mucho tiempo, allende los siete mares, vivía un bribón al que solo le importaba su propio beneficio. Tenía una casa fantástica, llena de tesoros, muchos de los cuales había adquirido de manera ilícita, pero se las había arreglado para que nadie pudiera probar que él era el culpable. No obstante, eran tantas sus víctimas y ostentaba tanto con los bienes de los que se había apropiado que al final el pueblo se unió para darle una lección.
Un día desafortunado, el hombre salió de su casa para hacer una de sus correrías, pero una sombra misteriosa parecía seguirle y, como no quería testigos, no se arriesgó a dar el golpe. Así pues, tras dar varias vueltas en un intento de librarse de su perseguidor sin éxito, regresó a su morada decepcionado.
-Qué carajo -dijo cuando entró. No había absolutamente nada dentro: ni siquiera quedaban las cortinas.
Preguntó a todo el mundo, pero todos estaban en el ajo y nadie afirmó haber visto nada, aunque el hombre sospechaba lo ocurrido. Afortunadamente, pensaba, tenía un montón de cosas, las más valiosas, escondidas fuera de la casa. Pero eso también estaba a punto de cambiar porque, como no tenía comida, tuvo que ir a la taberna, donde le sirvieron un delicioso estofado que habían aderezado con suero de la verdad, gracias a lo cual desveló más de lo que debía. Por supuesto, nada más decirlo quiso poner a salvo sus tesoros, pero un cachiporrazo por la espalda le dejó inconsciente el tiempo suficiente para que los vecinos corrieran al escondite y lo vaciaran.
Cuando despertó y se vio sin nada, lloró de impotencia y juró vengarse, pero entonces el alcalde publicó un impuesto especial de obligado cumplimiento. Como no tenía con qué pagarlo, tuvo que entregar su casa y, dado que había una ley que impedía la indigencia, le echaron del pueblo.
El bribón, derrotado por el momento, vagabundeó por el mundo y en cada pueblo encontró a alguien que le diera comida, o cobijo, o vestimentas, sin recibir nada a cambio. Así pues, poco a poco fue perdiendo su rabia: ¿cómo iba a vengarse de quienes solo habían recuperado lo que era suyo? ¿Y cómo compensar a los que le ayudaban cuando no le quedaba nada?
Años después, cuando volvió al pueblo, nadie le reconoció. Se construyó una pequeña casita y vivió de su trabajo, compartiendo todo cuanto tenía con sus vecinos. Solo cuando le enterraron y vieron su documentación supieron que era el bribón al que habían dado una lección tanto tiempo atrás, pero había hecho tanto bien a todos en sus últimos años que le perdonaron y le lloraron como al que más.

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